Recupero el artículo que escribí hace poco para PX magazine, por que tiene relación con la actividad del blog y por si alguno de vosotros no pudo leerlo en su momento.
Fue hace 25 años cuando el rol entró en mi vida. Lo hizo, como muchas cosas buenas, en verano, por accidente y en forma de un libro de El Señor de los Anillos de ICE, editado por Joc Internacional . Un bonito libro rojo con una espléndida portada que sedujo a un amigo de mi hermano pensando que era un libro de lectura. Pocos libros han creado una huella cultural en mí como ese. Mi primer verano en el que mi hermano, su amigo, el hermano de éste y yo disfrutamos matando orcos, salvando princesas y acumulando monedas de oro fue de esas épocas mágicas que recuerdas siempre con cariño.
Con el tiempo mi hermano y su amigo convencieron a otros chicos mayores para jugar y yo tuve que empezar a buscarme un grupo propio de juego. A este problema se le añadía que el libro valía 3000 pesetas, unos 20 euros, un dinero al que un chaval de 12 años de una familia numerosa de los años 80, que vestía con ropa heredada (nunca de marca), no podía aspirar a ni siquiera en Navidad. Mi familia ahorraba todo lo que podía para que pudiéramos ir todos los hijos a la universidad y los regalos de Navidad solían ser pijamas, calzoncillos y un libro de 1200 pesetas, 6 euros. Mi madre tampoco sospechaba que ese libro había sido el detonante de tantas cosas positivas después en mi vida.
Mi única opción fue pedir prestado el manual e ir a la oficina de mi padre y fotocopiar las hojas esenciales. Realizar una copia íntegra en una copistería también se salía de mi presupuesto. Lo hice yo mismo, con respeto y esmero para con el libro original, tratando de que no se estropeara la encuadernación de modo que las hojas solo pudieron encuadernarse por la derecha, como los libros en árabe. Para proteger mis copias solo pude conseguir un trozo de cartón y algo de celo. El resultado fue un legajo de folios horrible, al que sin embargo adoraba.
Mirándolo en retrospectiva ese fue uno de mis primeros actos en favor de cultura libre y accesible. Aunque quien ganó dinero fueron las compañías que fabricaban folios y encuadernadores, fue una pequeña cantidad y sin intención de ganar dinero a expensas de otro. Ese legajo, fue prestado y leído por otros más que más tarde se compraron el juego y al cabo de un tiempo yo también decidí retirar mi tesoro y tener mi propio libro rojo. El legajo se quedó en la estantería y ha continuado conmigo, nunca me he deshecho de él. Es una representación física de un punto de inflexión vital y se merece todo mi respeto.
El camino previo hasta el legajo fue largo, tiene un marcado aroma a papel envejecido y una banda sonora de susurros con un coro de bibliotecarios pidiendo silencio. Estar preparado para poder apreciar el juego de rol, en mi caso, exigió hacer numerosos viajes a la biblioteca para poder acceder a los libros que mi mente demandaba. Un camino también abierto por la cultura libre.
El libro rojo de El Señor de los Anillos pronto se me quedó corto. En busca de paliar la inseguridad propia de un adolescente empecé a necesitar disponer de reglas y reglas para todos los posibles casos. Para eso creamos reglas de la casa (obras derivadas) y cuando nos enteramos de que existía una versión más completa del juego nos lanzamos a por ella. Eso me llevó a Rolemaster, un juego que ni siquiera estaba editado en castellano. Mi hermano y yo ahorramos para poder comprarlo por correo postal y para hacerlo tuvimos que escribir una carta en inglés a una tienda de Londres y semanas más tarde recibimos un libro en lengua extranjera. De repente descubrí la importancia de conocer ese idioma extraño que enseñaban más mal que bien en la escuela. Hasta ese momento todo el mundo decía que era importante para trabajar, esperando que un niño de 13 años recién cumplidos lo entendiera así sin más. El segundo verano lo pasamos traduciendo el libro, atareados con un diccionario, una máquina de escribir, varios botes de Tippex y aprendiendo solos más inglés del que nos habían enseñado en clase.
Después de eso llegaron más lecturas, más esfuerzo en mis clases de inglés y de historia, ejercicios de creatividad adolescente, buscarnos la vida para conseguir un lugar donde jugar, aprender a coser para hacer mis disfraces de rol en vivo, organizar eventos de rol en vivo, tratar con presupuestos, aprender a trabajar en equipo, y muchas cosas más que me han hecho lo que soy.
¿Y que soy? Entre otras cosas, educador social y dedico parte de mi vida a atender a niños y niñas en situación de desamparo, muchísimo más graves que tener que heredar ropa. Consciente de todo el bien que he recibido gracias a los juegos de rol llevo bastantes años tratando de provocar una reacción en cadena similar a la que se produjo en mí y he encontrado un espacio para jugar con mis niños/as despertando en ellos el interés por la lectura, una actividad que les parece más atractiva que callejear y que les abre alternativas más seguras, círculos de relación sanos e inquietos culturalmente. Y todo ello lo hago en el marco de los servicios sociales de este país, caracterizados por pocos recursos destinados a ellos.
También soy presidente de una asociación dedicada al fomento de los juegos de rol, la cual, por cierto, alberga a personas muy tocadas por la crisis, a las que hemos patrocinado el resto de socios asumiendo sus cuotas. Una asociación dedicada a fomentar la práctica de juegos de rol, a la que vienen adolescentes a los que debo facilitar el acceso a buenos juegos de rol para aumentar las posibilidades de que mi afición continúe y sus efectos beneficiosos los pueda recibir otra persona.
Veintitrés años después de mi primer encuentro con el rol, tras adquirir la madurez y disciplina necesarias, me encuentro yo mismo en el papel de escribir un juego de rol: Exertas. Y de nuevo la cultura libre acude en mi ayuda. Exertas es un juego basado en FATE y la licencia libre de éste, Creative Commons, me facilita las cosas. Ahora soy yo quien debe decidir que licencia debe tener mi juego, o al menos las partes que yo mismo he escrito. Repasando mi trayectoria pasada, y la influencia que la cultura libre ha influido en mi desarrollo como persona, siento que no tengo otra opción que hacer que mi juego tenga una licencia libre. De otra manera me traicionaría a mí mismo.
una ilustración de Exertas |
Como autor, además creo que es la mejor opción. Facilitar el acceso a mi obra es la mejor manera de que mis aspiraciones personales y profesionales puedan llegarse a cumplir. Crear un juego de rol, aun en los casos de diseñadores que lo hagan como actividad económica lucrativa, siempre tiene un componente creativo y personal inherente y todos los autores tienen probablemente el mismo anhelo: Que se juegue. Y eso implica que divierta al mayor número de gente, que la propia creación adquiera vida propia cuando otras personas contribuyan al desarrollo del juego con sus propias ideas enriqueciendo la creación, etc. Y junto a ese anhelo reside la curiosidad sobre las sorpresas que provocará la creación de obras derivadas posteriormente, las posibilidades son infinitas y las recompensas emocionales, en mi opinión, tienen un valor (que no precio) inconmensurable. ¿Los ajustes que haga del sistema serán fundamentales para la creación de otra versión? ¿Mi juego inspirará a algún creador que escriba, dibuje o filme algo pensando en Onira, el mundo de Exertas?
Pocas actividades tienen más relación con la cultura libre que los juegos de rol. Empezando por el permiso para reproducir parte de la obra (la ficha de personaje), y siguiendo por las obras derivadas: reglas caseras, aventuras, relatos etc. que también suelen distribuirse gustosamente. Los juegos de rol tienen en su adn la cultura libre y siempre se ha permitido en cierto grado porque refuerza al juego original y porque además sería imposible controlar todo el material que se genera y no hablo de la era de internet, si no desde el momento en que el material se distribuía en fanzines.
Como padre creativo de mi obra y desde el amor absoluto hacia ella, es decir querer lo mejor para mi “criatura”, cercenar la capacidad de crecimiento por no permitir que se pueda mejorar mi obra con otras derivadas me parece un maltrato a mi propia creación. Muchas obras maestras toman como prestado parte de otras y las mejoran, además de dar relevancia y poner en valor sus orígenes. Querer mantener paralizada la propia obra es como no desear que un hijo crezca o tenga su propia descendencia.
Desde el punto de autor de nuevo, pero además contemplando la autoedición, y desde la perspectiva económica, también creo que la máxima difusión es mi mejor aliada. Porque crear un juego y financiarlo tiene un coste que todo autor como mínimo desea recuperar y cuantas más personas puedan probar mi juego más querrán apoyarlo y ofrecerme recursos económicos para facilitar que pueda desarrollar mi obra creando material nuevo y aumentando a su vez mi motivación para continuar trabajando.
Pero no me llamo a engaño, la facilidad de acceso a una obra es una herramienta neutra cuyo funcionamiento solo depende de la calidad de la obra. Un buen producto aprovechará las posibilidades de esa difusión y un mal producto fracasará más rápidamente, una buena portada no podrá engañar del mismo modo en que muchos libros lo han hecho. Mi intención de que mi obra sea libre me lo tomo como un acicate para esmerarme en cuidar la calidad de mi creación, aún más que si me planteara una publicación en otras condiciones.
Personalmente soy consciente que si no liberara el juego habrá quien no podría pagarlo, esto entronca con mi propia historia y con mi condición de educador social. Publicarlo de forma libre, en pdf, permitirá que quien no pueda comprarlo en formato físico tenga la opción de disfrutarlo. Eso, para mí, sería maravilloso, si habéis leído hasta aquí os podéis imaginar por qué. Mi trabajo con colectivos desfavorecidos utilizando el rol como herramienta educativa me ha enseñado que sin mi buena voluntad, o la de otras personas, aportando recursos propios probablemente no podría encontrar las teclas necesarias para llegar a cada uno de mis niños/as. Alguien podrá pensar que hay cientos de recursos gratuitos en Internet que puedo utilizar, y es cierto, pero yo trabajo con niños, muchos sin un hábito lectura adquirido y para llegar a ellos necesito conseguir un alto grado de motivación y un manual dignamente ilustrado y presentado siempre es mucho más atractivo.
Como no, liberar un juego tiene sus riesgos. Mi inversión en tiempo y recursos no es baja y soy consciente de que habrá quien conseguirá mi juego, lo disfrutará y no lo apoyará. Probablemente será por mi culpa, habré sido incapaz de tejer un mínimo de complicidad con ellos, un vínculo emocional paralelo al gusto común por la misma creación. La cultura libre también obliga al autor a eso, a tener cercanía, me aleja de la arrogancia y la vanidad, a esforzarme en ser un poquito mejor persona.
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